¡Hola a todos!, me llamo Teresia Herrero y soy de Martiago,
un pueblo pequeño de Salamanca. He trabajado como misionera durante muchos años en Ecuador, pero hoy os quiero contar brevemente cómo surgió mi
vocación misionera.
Cuando era pequeña nunca pensé en hacerme religiosa, lo que
yo quería era tener una niña “para vestirla bonita”. Mi familia no quería saber
nada ni de curas ni de monjas. A pesar de todo recuerdo que cuando podía ir a
la Iglesia estaba feliz y pasaba largos ratos. La gente, que conocía lo
traviesa que yo era, pensaba que estaba allí porque me habían castigado.
Mi familia era muy pobre y así, con doce años tuve que salir
de casa para trabajar en el servicio doméstico en san Sebastián. Trabajaba
mucho porque eran 8 personas en la casa. A pesar de todo, sin poderlo entender
ni yo misma, cuando tenía un poco de tiempo me iba a la Iglesia. Sentía que el
deseo de hacerme misionera crecía dentro de mí, pero no sabía bien el por qué.
Quise entrar con la congregación de la Compañía de María, y tenía incluso la
fecha para irme con ellas, pero cuando me enteré de que no estaban en misiones,
se me pasó la idea.
Un día estaba sola en la playa de La Concha y alguien que yo
no conocía se acercó a mí y me dejó la revista “Mundo Negro” en la que había un
apartado “Cordoncito rojo” que hablaba de las misioneras combonianas y ponía su
dirección. Vi que eran sólo misioneras y me dije: “¡éstas son mis monjas!”. Les
escribí y me respondieron invitándome a ir a verlas a Corella. Y así, sin
conocer ni siquiera dónde estaba ese lugar, me marché de San Sebastián a
Corella. Estuve tres días con ellas que se me pasaron volando.
Yo estaba
decidida a quedarme ya con ellas, pero no me aceptaron porque tenía solamente 14
años. Les pedí entonces la dirección de Roma y ni corta ni perezosa, sin saber
nada de italiano, le escribí una carta a la madre general de entonces, Teresa
Costalunga. Al cabo de un tiempo me respondió a través de otra religiosa de
Corella diciéndome que “aún me quedaba por comer mucha polenta”. Me sentí
decepcionada, pero no me eché para atrás… ¡bien al contrario!
Papa Juan XXIII y el cardenal G. Cicognani |
La general me rechazaba, pues no me quedaba otra que
escribirle al Papa Juan XXIII. No sé ni de dónde saqué la dirección pero le
escribí pidiéndole que me dejara ser misionera. Me respondió el cardenal Giovanni
Cicognani diciéndome que el papa rezaba por mí, pero que era aún muy joven.
Insistí de nuevo… escribí unas tres veces más y recibí siempre una respuesta de
este cardenal y más tarde de un sacerdote que trabajó por mucho tiempo en la
secretaria de Estado del Vaticano, Domenico Tardini.
Entre tanto uno de los chicos de la casa en la que trabajaba
me pidió que le dejara leer la carta que llegaba desde Roma. Me negué y me
propinó una patada tan grande que estuve en el hospital enferma durante cinco
meses. Las monjas desde Corella vinieron alguna vez a visitarme.
Cuando salí del hospital volví a escribir a la general, y lo
hice varias veces. Finalmente, ante mi insistencia aceptaron que entrara en el
postulantado. Quise informar a mis padres y la respuesta que me dieron fue “antes
que monja preferimos verte muerta”. Como vi que era inútil intentar
convencerles, sin decirles nada dejé todo y me marché a Corella con las monjas
que me habían acogido unos años antes. En ese momento yo no había cumplido aún
los 17 años.
De Corella me enviaron a Verona para iniciar la formación,
pero las monjas no me dejaban hacer “la vestición” (vestirme de monja) porque
era muy joven. Me pasaba los días llorando y ellas interpretaban mi llanto como
que no estaba a gusto porque era muy joven y querían mandarme de vuelta a casa.
Finalmente comprendieron, y pude hacer la formación con normalidad, con todo el
grupo. Hicimos los primeros votos el 3 de mayo de 1965… me faltaban unos días
para cumplir los 20 años.
Los primeros 6 años después de los votos los pasé trabajando
en algunas casas de Italia, en clínicas en las que estábamos dando un servicio.
Finalmente en 1971 me mandaron a la misión en Ecuador, y concretamente en San
Lorenzo donde trabajé en un internado con niñas que venían desde lejos para
estudiar.
He estado, pues, en la misión unos 46 años, exceptuando un
tiempo que pasé cuidando a mi madre ya muy mayor. ¡He gozado la misión como no
os podéis imaginar, y he gozado de la vocación misionera que el Señor me dio
desde muy joven!... pero ese es ya otro capítulo de mi vida.
Teresia Herrero Sánchez
Comentarios
Publicar un comentario