
Como
dice San Pablo: "proclamar el
evangelio no es para mí ningún motivo de vanagloria; se trata más bien de un
deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!". Anunciar
es llevar la buena noticia de Jesús y su Evangelio allí donde no ha llegado o
no ha sido afianzado. Y eso conlleva dejar tu casa, tu familia, tu tierra, tu cultura
y hasta la forma de concebir a Dios, para abrirte a lo diverso que encontrarás
en otras tierras y otras culturas, a otras formas de sentir y amar a Dios, tan
verdaderas como la de una misma.
Mis
34 años de vida misionera los he pasado en el Ecuador, con un breve período de
4 años en Perú. En estos pueblos he compartido muchas cosas, pero sobre todo lo
más importante: la fe.
El
tipo de pastoral que se hacía era la de reafirmar su ser afros (negros)
ecuatorianos, pues su situación histórica no les había ayudado a valorar su identidad.
Celebrábamos las Misas Afro, con sus
danzas y expresiones culturales que nacen de una fuerza interior donde expresan
la súplica y alabanza a Dios.
También
hemos trabajado mucho en la formación de líderes. Eso es algo muy
característico de nuestro ser misioneras combonianas que es evangelizar para
que ellos sean protagonistas de su evangelización, como nos dijo nuestro
fundador San Daniel Comboni “Salvar África con África”. Hombres y mujeres
preparados para ser animadores de la fe, en sus comunidades o pueblos, ya que no podíamos llegar cada
semana a todos los lugares. Se creaban grupos, juveniles, catequesis para todas
las etapas: niños, adolescentes y jóvenes. Todo esto desde una pastoral afro,
teniendo en cuenta las costumbres y tradiciones de su cultura. Todo esto lo
realizábamos a menudo en condiciones difíciles: caminos sin pavimentar y con
mucho barro, con distancias muy largas, lugares sin luz y sin agua, etc.
También
pasé algunos años en el servicio de la
formación de las jóvenes que querían ser misioneras. Es muy hermoso ver cómo
las jóvenes sienten esta vocación y quieren dedicar su vida a Dios y llevar el
Evangelio más allá de sus fronteras. Una de las experiencias más fuertes en mí
tiempo como formadora fue el apostolado que realizábamos con las postulantes en
un centro de jóvenes reclusas menores de 18 años para su rehabilitación. Allí
llegaban por crímenes o violaciones que habían hecho o sufrido.
Mi
última etapa ha sido en Quito, la capital de Ecuador. En las ciudades es donde
están llegando la gente de las provincias para buscar trabajo y poder sobrevivir.
Se ubican en zonas marginales de la ciudad y viven situaciones no muy dignas a
todos los niveles. En esos lugares pobres me reunía con un grupo de mujeres que
se llaman “Perlas Negras” que trabajaban
bordando para sostenerse económicamente, y ahí antes de su trabajo de
bordado iniciábamos la formación y el compartir de la Palabra de Dios y de tantas
realidades de su vida diaria.

Doy
gracias a Dios por el don de caminar junto a los sencillos, a los pobres y
olvidados de este mundo que me han ayudo a dilatar mi corazón y ser más humana,
cristiana y misionera.
Natividad
Fernández
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