Es difícil de imaginar que se pueda ser misionera en los Estados
Unidos de América y justo aquí es donde he sido enviada como evangelizadora del
Reino. El trabajo que realizo es el de acompañar y promover el liderazgo en la
iglesia local, diócesis de Richmond, entre la comunidad latinoamericana,
asiática, afro-americana y africana. Comunidades muy ricas en culturas y
expresiones religiosas que traen un nuevo modo de celebrar y de participar en
la vida parroquial.
El Papa Francisco nos invita a ser una Iglesia en salida y promover la
cultura del encuentro. El desafío que la iglesia estadounidense enfrenta ante
esta llamada hace parte de su misma historia. Me explico, la iglesia católica
se caracterizaba por construir “iglesias nacionalistas” donde cada grupo de
inmigrante traía con él su sacerdote y así, fueron construidos sus templos. No
es extraño encontrarse en la misma calle dos o tres iglesias católicas donde se
celebraba la misa en diferentes idiomas y se rezaba a diferentes devociones.
Hoy, sin embargo, con la llegada del migrante latino y el africano, se vive un
fenómeno muy distinto. Ellos no han traído a sus sacerdotes ni han construido
templos propios, al contrario, los latinos, por ejemplo, empezaron a celebrar
sus misas en los sótanos de las casas o en un salón aparte de la parroquia,
pero no en el templo. En la medida que su población ha ido creciendo las
puertas de las parroquias se abrieron para ellos, se invitaron a sacerdotes
latinos y africanos a venir para acompañar a estos pueblos. Gracias a esta
presencia los templos se han revitalizado y rejuvenecido.
Los desafíos que más observo en toda esta nueva vitalidad son la falta
de aceptación y apreciación mutua entre las diferentes culturas y las diferentes
manifestaciones de la religiosidad popular del pueblo inmigrante. La acogida es
una de las asignaturas pendientes, hablando en general, de la iglesia local
hacia la iglesia inmigrante. Se percibe, al igual que fuera en la sociedad,
rechazos, malentendidos, falta de apertura y de acogida hacia el diverso. Como
bien nos menciona nuestro Papa, el diverso no es una amenaza sino una riqueza.
Y eso, nos da miedo, porque no estamos abiertos a explorar y aprender del otro.
De hecho, al acompañar a nuestros hermanos y hermanas inmigrantes he aprendido
que como pueblos son muy acogedores, alegres y muy solidarios entre ellos, con
un gran sentido de Dios y un gran amor hacia la vida en comunidad. Las
parroquias se han convertido para ellos en su nueva familia, formando una nueva
comunidad, y abriéndose a la diversidad cultural existente entre el mismo
pueblo latino, asiático y africano. Queda, aún el reto de abrirse hacia el
resto de la comunidad parroquial y viceversa.
Como misioneras combonianas, presentes en este país estamos proponiendo
a la iglesia local un nuevo ministerio “One
World Encounter in the Love of God”, (un mundo de encuentro en el amor de
Dios), con el fin de crear espacios de encuentros, y responder así a la llamada
hecha por nuestro capitulo general (2016) de ser mujeres puentes y cultivar la
mística del encuentro. Estamos convencidas de que debemos de ser promotoras de
esta cultura del encuentro para construir un mundo más solidario y evangelizar
desde el ejemplo de vida, con nuestro ser internacional y vivir en
comunidad. Inspiradas y llamadas a ser
testigos del amor de Dios, allí donde nos encontremos, vivamos con quienes
trabajemos.
Es esto lo que caracteriza nuestro ser misioneras combonianas hoy,
en un mundo herido y roto por nuestra gran diversidad. En vez de vernos como
complementarios nos vemos como amenaza y nos destruimos los unos a los otros,
nos encerramos en nuestro propio mundo lleno de seguridades y comodidades. En
vez de osar nuestra identidad misionera de arriesgar, de ir al encuentro de
nuestros hermanos/as más vulnerables y marginados y juntos con ellos/as ser la
expresión de amor y ternera de nuestro Dios que nos acoge a todos/as desde
nuestra realidad.
Jesús, es el que nos invita a salir de nosotros/as mismos/as e ir al
encuentro del que sufre y vive el rechazo diario por haber nacido en un pueblo
donde sus gobiernos no toman la responsabilidad de buscar el bien común para
todos sino solo para unos pocos, poniendo sus vidas y las de sus familias en
peligro, forzando al resto de la población a emigrar y buscar un porvenir mejor
y más duradero para sus familias. ¿Quiénes somos nosotros para decir dónde y
cómo deben de vivir? ¿Quién me ha dado un pedazo de tierra, simplemente, porque
allí nací? ¿O quiénes ponen murallas entre las naciones cuando todos somos
hijos de un mismo Padre? Pertenecemos a
un único planeta, llamado Tierra, y estamos llamados a respetarnos y otorgarnos
dignidad mutua. ¿Quién ha dicho, que por la ambición de unos pocos se tenga que
poner en peligro nuestro bienestar y nos sintamos obligados a huir? En fin,
estas son algunas de las preguntas que yo misma me hago. Creo que hoy, más que
nunca, estamos invitados a imitar a Jesús e ir al encuentro de los demás con
compasión, humildad y ternura.
Como religiosas combonianas apoyamos también a las religiosas latinas
que vienen a este país para que puedan tener apoyo y crear espacios de
encuentro entre ellas y colaborar con el nuevo sistema que presenta esta
iglesia local.
Es importante la presencia de la mujer religiosa que acompaña al
pueblo inmigrante y escucha el sufrimiento, el anhelo y los sueños de las
personas que deben de abandonar sus países para buscar una mejora de vida para
sus hijos/as.
Por eso, como combonianas estamos colaborando en la asociación de
Hnas. Latinas Misioneras en América (AHLMA)
Como misionera y evangelizadora, siento que nuestro papel principal es
el de construir puentes entre las diferentes culturas donde exista el respeto,
la apreciación mutua y el sentirnos hijos de Dios que ama a cada una de sus
criaturas y las ha creado diversas como característica en común. La diversidad
es lo que nos une a todos, Dios ha creado a cada ser único e irrepetible.
Para mí, es importante como misionera valoras las diferentes culturas
y crear un futuro posible donde todos/as tengamos nuestro propio espacio y
nuestro propio modo de adorar y venerar a Dios, con nuestras diferentes
expresiones de religiosidad popular donde abrimos el espacio a nuestra
creatividad y modo diverso de relacionarnos con lo divino.
Hna. Inma Cuesta, mc
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