Los primeros “culpables” de mi vocación, después
de Dios, claro, fueron mis padres, que me transmitieron la fe con mucho cariño
y empeño desde pequeña.
Mi familia pertenece al Camino Neocatecumenal y fue en
el seno de este Camino en que fui descubriendo la riqueza de compartir la fe
con una comunidad creyente, me fui acercando a la Palabra de Dios y aprendí a
ir aplicándola a mi propia vida.
Todo me fue llevando a preguntarme qué quería
Dios de mí, pero no fue hasta que conocí a las Misioneras Combonianas, a la
edad de 18 años, que no supe lo que era la vocación misionera. Con ellas
comencé a participar de los encuentros de jóvenes con la motivación de realizar
una experiencia en misión en África.
Allí conocí quien era Comboni; su espíritu
entusiasta y su inspiración del Plan para la Regeneración del África. Su lema
“Salvar África con África” me cautivó, y me ayudó también a vivir con más
consciencia y plenitud esa breve estancia en Mozambique con las Misioneras
Combonianas.
Esa experiencia fue un antes y un después en mi
vida, pues me decidí a volver algún día, pero ya como profesional; descubrí la
gratuidad con la que vive la gente sencilla y cómo ven a Dios con ellos en
medio de sus dificultades. La fe de estas personas que encontré en Mozambique
también me interpeló mucho.
Al año siguiente tuve la oportunidad de hacer un
Erasmus en Irlanda, pero África seguía llamándome con fuerza, de manera que
renuncié a ese intercambio por ir a visitar a una hermana que recientemente la
habían destinado a Egipto. Permanecí dos meses con ella, en el Cairo y
alrededores. Esa experiencia fue más fuerte, si cabe, que la anterior. Fue mi
primer contacto con el mundo árabe. Me costó por la barrera del idioma y
cultural pero fui descubriendo la belleza de la misión en un país de mayoría
islámica. Allí las hermanas sólo podían hablar de Dios con su testimonio de
vida, y eso le exigía vivir con mucha autenticidad su fe… ¡Pero qué belleza el
compartir con otras religiones la amistad y la cercanía!
No lograba entender por qué había decidido ir a
Egipto pues en ese entonces ni siquiera se pasaba por mi cabeza la posibilidad
de ser Misionera Comboniana. De hecho, tuvieron que pasar varios años y miles
de acontecimientos para finalmente aceptar el hecho de que la misión ocupaba un
lugar privilegiado en mi vida y, que la forma en que sentía que Dios me llamaba
a entregarme a ella era… del todo y para siempre. Cuando al fin lo acogí así
como lo sentía, sentí una paz muy grande y esa fue la que me impulsó a dar el
paso de entrar al postulantado.
A mis padres les planteé que quería entrar al
postulantado alrededor del final del curso 2015, después de mi primer año
trabajando como enfermera y tras un largo recorrido de discernimiento (2 años).
La reacción de mi padre fue de gran alegría: “¡Por fin decides algo!” y es que
ellos sabían que tenía esta inquietud pero no acababa de lanzarme por ninguna
opción. La reacción de mi madre, en cambio, fue de incredulidad: “Pronto
cambiarás de idea.”
Cada día me siento más enamorada de Jesús y de la
misión que me encomienda: Ser portadora del amor que Él me dio gratuitamente.
¿Puede haber una ocupación mejor en la vida? Para mí no. Así que sigo
conociéndole mejor y tratando de acoger lo que venga día a día como lo mejor
que Él tiene preparado para mí.
Lucía en la comunidad de Camerún |
El pasado 14 de septiembre hice los votos
religiosos en Quito, la capital de Ecuador, después de haber hecho dos años de
noviciado, la formación para ser misionera comboniana.
Y desde el día 9 de
noviembre estoy en Camerún para estudiar la lengua. “Estoy
muy feliz y, al recordar a Comboni, la primera frase que me viene a la mente es
aquella de ‘si tuviera mil vidas, todas serían para la
Misión'”.
Lucia Fonts Santana
Misionera Comboniana
Felicidades Hermana, Dios bendice tu vida en el camino misionero y fortalece tu corazón en las pruebas del día a día.
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