Con la esperanza de los que "caminan"



Estoy en Ciudad de México, donde acompaño a los migrantes que siguen llegando y agrupándose en busca de vida y de futuro. En este tejido social me encuentro con los más aislados, los olvidados y abandonados y escucho sus historias, sus momentos y situaciones dramáticas, vividas desde el inicio de su viaje a la capital mexicana.

Los visito caminando lentamente con ellos y entre ellos; me detengo, a la orilla del camino y en sus viviendas temporales de tiendas de campaña o chozas de cartón. Entonces las distancias se anulan y vivimos momentos muy profundos de convivencia, llenos de lágrimas y alegrías, esperanzas y decepciones.

El incesante flujo de migrantes hacia Ciudad de México, donde permanecerán durante mucho tiempo, trae consigo un sinfín de historias, esperanzas y desesperanzas. Muchos migrantes llegan en busca de trabajo, seguridad o simplemente un nuevo comienzo. Sin embargo, con demasiada frecuencia se enfrentan a obstáculos: desde barreras lingüísticas a discriminación y desde la falta de documentos a ser percibidos como extraños intrusos e invisibles.

Una joven hondureña, de unos 25 años, con la que me encuentro a menudo sentada frente a su tienda de campaña acampada en la calle, me dice: «Hermana Kathia, muchas veces las palabras no llegan al corazón, como las miradas de quienes nos ven con ojos de desprecio y rabia. Usted, en cambio, se acerca a nosotros con naturalidad, con una mirada diferente; es una mirada de bondad, de cariño y amor verdadero. Esto, créame, me da alegría y me ayuda a volver a sentirme persona, en un contexto tan vulnerable e inhumano, donde reina la soledad y los pensamientos poco atractivos y poco positivos ocupan parte del día... Gracias, hermana Kathia, gracias por su mirada afectuosa y atenta; gracias de verdad por estar ahí y pararse a hablar con nosotros.»

Otro día, un joven venezolano, de 23 años, nos recibió e intercambió una sonrisa y un 'cómo están'. Y con los ojos llenos de lágrimas y en voz baja me dijo: 'Sabes, estoy bien aunque no estoy bien...no descanso bien, el camino no es seguro aunque estoy en una carpa con mi familia. No duermo bien porque tengo que cuidar de mis hijos y de mi mujer... Llevo meses así... pero digo que estoy bien porque, gracias a Dios, hemos llegado hasta aquí, a pesar de los momentos peligrosos que hemos tenido que afrontar. Sólo... sólo quiero darte las gracias por pararte a hablar conmigo, gracias por estar ahí y no olvidar esta parte de la humanidad... ¡gracias!». Luego, apretándome fuerte la mano, me susurra: «Vuelve, te estamos esperando».

Estos encuentros me llenan el corazón y los ojos de lágrimas y esperanza. Llevo dentro de mí a cada persona que encuentro; cada diálogo y cada intercambio que experimento son un regalo y una riqueza que anhelo compartir; pero las palabras a menudo no logran expresar plenamente lo que vivo y siento en mi corazón... Sé que seguiré caminando con la mirada vuelta hacia el sufrimiento y la esperanza de los migrantes y hacia Aquel que es el camino, la verdad y la vida.

Kathia Di Serio
Misionera Comboniana 
en Ciudad de México










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