Volver a soñar


En la archidiócesis de Pretoria (Sudáfrica) hemos abierto hace muy poco tiempo una oficina para acoger a migrantes y refugiados. Vemos la necesidad de desarrollar este tipo de pastoral porque hay que saber que Sudáfrica es el país del continente africano que tiene más migrantes y refugiados y Pretoria es la ciudad con más migrantes y refugiados de Sudáfrica. Así es que aquí estamos haciendo crecer una semilla pequeña que pretende responder a esta realidad tan nuestra.

La mayoría de migrantes y refugiados que se acercan a la oficina enfrentan muchos retos. Uno de los más grandes es la violencia. Estas personas han sufrido violencia en sus países de origen y cuando llegan a Sudáfrica se encuentran en un país con niveles muy altos de violencia y una xenofobia muy acusada y muy agresiva.

La realidad a la que se enfrentan muchas de las mujeres que vienen a nosotros es muy difícil de gestionar. Estas mujeres ya han sido víctimas de guerras en sus respectivos países: Mozambique, República Democrática del Congo…Cuando llegan a Sudáfrica viven otros traumas y violencias simplemente por ser mujer y también debido a su calidad de migrantes. Es muy duro dejar tu país y saber que no eres bienvenido en el país vecino.

Para intentar dar una respuesta a tanto dolor hemos creado un grupo de apoyo. Es hermoso ver cómo a nivel espiritual, humano y emocional ellas se han ido levantando poco a poco. No vienen porque se les ofrece dinero, comida o algo material, sino porque en este grupo encuentran un respiro, una fuerza y una motivación para seguir caminando. La realidad externa parece que no ha cambiado, pero ellas sí lo han hecho interiormente, y ese cambio les permite volver a soñar, volver a creer que se puede encontrar la paz.

En la última navidad una persona que había sido víctima de estos ataques y que estaba en un bloqueo emocional muy alto tuvo el valor de decir: “les agradezco mucho por esta Navidad. Hace muchos años que no vivimos así y esperamos que el próximo año la Navidad no nos encuentre en la misma situación”. Eso indica que poco a poco se abre al futuro y eso es muy bonito.

Cuando viven ataques anti migrantes sienten miedo, reviven los traumas pasados de violencia, de guerras, de ataques y muchas veces se bloquean. Con el tiempo, con los meses, acompañando estas comunidades he visto como las personas vuelven a recuperar el deseo de vivir, de volverlo a intentar, de volver a salir. A veces me pregunto de dónde sacan tanta fuerza y resiliencia para salir adelante. Entiendo que solo Dios puede intervenir en ciertos casos y darles la fuerza que necesitan.

Hace poco tiempo una señora se acercó y me dijo: “hermana, cuando usted nos encontró estábamos en el suelo. Nosotras nos sentíamos completamente hundidas, estábamos sin ánimo para nada y usted nos levantó”. Par mí ha sido realmente una cosa muy impresionante, porque lo único que tengo para ofrecer es un espacio seguro en el que nos encontramos y podemos compartir. No tenemos grandes medios económicos para apoyarles. Muchos de ellos nos han dicho que este grupo de apoyo se volvió su familia. Hay que tener en cuenta que la mayoría perdieron su familia en la guerra o en el camino.

Acompañar migrantes y refugiados está siendo para mí una experiencia de límite y de comprender que a veces lo único que nos toca es estar allí, caminar con ellos. Me siento realmente hermana de estas mujeres y aunque nunca pueda entender del todo su dolor, es muy hermoso para mí poder saberme su familia, poder caminar con ellas, llorar con ellas, reír con ellas y volver a soñar con ellas.

María Marta Vargas Hernández.
Misionera Comboniana en Pretoria

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