

Cuando era pequeña nunca pensé en hacerme religiosa, lo que
yo quería era tener una niña “para vestirla bonita”. Mi familia no quería saber
nada ni de curas ni de monjas. A pesar de todo recuerdo que cuando podía ir a
la Iglesia estaba feliz y pasaba largos ratos. La gente, que conocía lo
traviesa que yo era, pensaba que estaba allí porque me habían castigado.
Mi familia era muy pobre y así, con doce años tuve que salir
de casa para trabajar en el servicio doméstico en san Sebastián. Trabajaba
mucho porque eran 8 personas en la casa. A pesar de todo, sin poderlo entender
ni yo misma, cuando tenía un poco de tiempo me iba a la Iglesia. Sentía que el
deseo de hacerme misionera crecía dentro de mí, pero no sabía bien el por qué.
Quise entrar con la congregación de la Compañía de María, y tenía incluso la
fecha para irme con ellas, pero cuando me enteré de que no estaban en misiones,
se me pasó la idea.

Yo estaba
decidida a quedarme ya con ellas, pero no me aceptaron porque tenía solamente 14
años. Les pedí entonces la dirección de Roma y ni corta ni perezosa, sin saber
nada de italiano, le escribí una carta a la madre general de entonces, Teresa
Costalunga. Al cabo de un tiempo me respondió a través de otra religiosa de
Corella diciéndome que “aún me quedaba por comer mucha polenta”. Me sentí
decepcionada, pero no me eché para atrás… ¡bien al contrario!
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Papa Juan XXIII y el cardenal G. Cicognani |

Entre tanto uno de los chicos de la casa en la que trabajaba
me pidió que le dejara leer la carta que llegaba desde Roma. Me negué y me
propinó una patada tan grande que estuve en el hospital enferma durante cinco
meses. Las monjas desde Corella vinieron alguna vez a visitarme.
Cuando salí del hospital volví a escribir a la general, y lo
hice varias veces. Finalmente, ante mi insistencia aceptaron que entrara en el
postulantado. Quise informar a mis padres y la respuesta que me dieron fue “antes
que monja preferimos verte muerta”. Como vi que era inútil intentar
convencerles, sin decirles nada dejé todo y me marché a Corella con las monjas
que me habían acogido unos años antes. En ese momento yo no había cumplido aún
los 17 años.

Los primeros 6 años después de los votos los pasé trabajando
en algunas casas de Italia, en clínicas en las que estábamos dando un servicio.
Finalmente en 1971 me mandaron a la misión en Ecuador, y concretamente en San
Lorenzo donde trabajé en un internado con niñas que venían desde lejos para
estudiar.
Teresia Herrero Sánchez
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