En mi
trabajo en la prisión de Makala en Kinshasa, (RDC) encuentro siempre el momento
de testimoniar el amor de Dios entre esta parte de la humanidad que sufre en
sus corazones, en sus espíritus y en sus cuerpos, y ofrezco mis servicios para
paliar las necesidades que surgen, sobre todo cuando se trata de rezar con
ellos, participando en la liturgia, etc.
Este año ha
llegado un nuevo sacerdote, el padre Julien Mumpwena (O.M.I) que es profesor en
la universidad y que se ocupa del trabajo pastoral en la cárcel de modo
parcial. Por ello me encuentro que en muchas ocasiones los domingos tengo que
ir buscando algún sacerdote que pueda celebrar la Misa a los internos. Muchas
de las responsabilidades de la capellanía al interior de la cárcel recaen sobre
mí. He tenido que seguir los trabajos de
reparación del almacén de caritas porque los cimientos cedieron. Hemos tenido
que comprar una gran tienda y hacer un suelo de cemento en el patio de la
cárcel, para poder acoger el curso de informática…
Los cursos
de alfabetización tanto en francés como en inglés avanzan bien y los internos
participan mucho. Este año hemos organizado algo mejor el curso de informática,
hemos hecho tres grupos para que pudieran tener acceso más internos. Yo sigo estos cursos en todo lo que toca la
logística, el material, etc. pero los alumnos y los profesores son los mismos internos
que ofrecen este servicio gratuitamente para ayudar a sus compañeros.
En noviembre
del año anterior iniciamos también este curso de informática con los menores,
porque también hay menores en la cárcel de Makala. Con las mujeres he podido
organizar el curso de alfabetización, pero en este caso los profesores son
externos. En total tengo más de 80 alumnos entre todos los cursos.
También otro
trabajo importante es seguir adelante con la comisión Justicia y Paz, que es la
que hace el servicio de seguir la Documentación judicial para aquellos a
quienes la justicia ha olvidado o que no tienen los medios para pagar a ningún
abogado.
En este año
2018 han sido liberados 192 detenidos, de los cuales habíamos ayudado
económicamente a 82 a través de la capellanía católica. Aquí también hay que decir que he tenido que
intervenir en muchos casos a nivel de comida y de cuidados de salud en casos de
extrema necesidad. Eran personas que no recibían ninguna visita y yo les
compraba los medicamentos.
A veces no
todo ocurre de modo positivo. En Montgafula, las hermanas combonianas tenemos
un centro que acoge a las mujeres que salen de la cárcel para ayudarlas en su
camino de recuperación y de readaptación a la vida. Conocí a dos chicas en la
cárcel que querían, cuando saliesen de allí, ir a nuestro centro. Durante mucho
tiempo las seguí, pero al momento de salir de la cárcel una no quiso saber nada
del centro y terminó en la calle.
Con la
otra tuve que moverme muchísimo para que apareciera su documentación que no se
sabía dónde la habían puesto… finalmente la documentación llegó al tribunal y
la chica quedó liberada. Al inicio estuvo un tiempo con nosotras en Montgafula
y parecía que todo iba bien. La pusimos en contacto con su familia, fue a
visitarlos y se la veía contenta, pero al momento de regresar a nuestra casa se
echó atrás y se dedicó también a la calle.
Una cosa
simpática la vivimos en Navidad, cuando el embajador italiano y su mujer decidieron
ir a visitar a las mujeres de la cárcel de Makala. Organizaron un concierto
para recaudar fondos y con todos los permisos necesarios llegaron a la cárcel
donde fueron recibidos como en ningún otro lugar. Hubo cantos, bailes, regalos,
una buena comida… y allí estábamos nosotras también para celebrar y festejar
con todos los internos y con todo el equipo con el que trabajamos en la cárcel.
Anna
Brunelli (Misionera Comboniana)
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