UNA VIDA PARA LA MISIÓN


Me llamo Annunziata Giannotti, Nunzi para todos y Alagem (Dios me ama) para los chadianos. Soy italiana y ya estoy en mi tercera primavera... mejor dicho otoño... Tengo 79 años, 46 de los cuales los he pasado en África y 31 concretamente en el Chad. Todavía tengo buena salud y estoy muy feliz de estar aquí en el Chad, el país que tanto amo. Soy profesora y estoy preparada para el trabajo pastoral.En 1963 llegué a Egipto donde trabajé durante 9 años en escuelas y también en parroquias. En 1972 tuve la gran alegría de ser enviada al Chad donde siempre regresé después de 5 años en España, 6 años en la República Centroafricana y 6 años en Roma.

En el Chad uno de los mayores desafíos es el idioma. Son difíciles, por ser tonales y muy alejados de los idiomas que conocemos. También porque cada zona, bastante pequeña, tiene su propio idioma y si cambias de misión siempre tienes que empezar de nuevo. Pero esta dificultad, aunque no es indiferente, nunca me ha impedido trabajar a tiempo completo en la pastoral. Siempre he tenido muy buenos colaboradores en los catequistas, líderes comunitarios y mujeres para las diferentes actividades. La gente nunca me hizo sentir que mi "sarah o bedjonde" no era el mejor. Me acogieron como una hermana, así que pude entrar en los pueblos, en las familias, en la costumbre... anunciar cada día en la vida cotidiana a Jesús y su Evangelio.

Otra dificultad, sobre todo en los primeros años, ha sido el fuerte calor de la estación seca que dura varios meses, pero poco a poco el cuerpo se va acostumbrando. Y como me gusta mucho mi misión, también me gusta el calor, porque es parte del país.

La malaria da muchos problemas a los misioneros. Yo también la he sufrido en varias ocasiones. Te quita la fuerza y la vida, no te acostumbras, y cuanto más mayor eres más te ataca porque tienes menos fuerza, pero así hacemos causa común con nuestra gente que sufre y muere por esta enfermedad.

Desde mi llegada al Chad he visto muchos cambios, algunos muy positivos y otros menos. En 1972, la Iglesia del Chad, en concreto en la diócesis de Sarh, era muy pequeña, en los pueblos casi no había cristianos, catequistas, ni sacerdotes locales. Ahora ha crecido mucho, se ha vuelto autónoma con sus sacerdotes, sus obispos, incluso con una pequeña congregación femenina local. Nunca podré agradecer lo suficiente al Señor por haber podido ver crecer y consolidarse esta Iglesia del Chad. Es una gran alegría y una verdadera gracia.

Se han hecho progresos, hemos pasado de las bicicletas a las motocicletas y ahora también a coches y otros vehículos que corren por las carreteras, generalmente pistas de tierra batida que han sido asfaltadas en las carreteras principales. En el campo de la salud se han hecho grandes progresos, y eso ha reducido la tasa de mortalidad de niños y adultos. En casi todos los pueblos se pueden ver escuelas, a veces son chozas de paja, pero están funcionando. Las cosas modernas han llegado con sus ventajas pero también con sus desventajas, los teléfonos móviles, la televisión, el deseo de los jóvenes de vivir otras cosas para que los padres ya no puedan controlarlos.

Una experiencia que me marcó mucho y que me dejó muy buenos recuerdos durante los años que trabajé en Maϊbo, en el vicariato de Kassai (Sarh), fue la actividad realizada en la zona de Moutoumbim, una zona muy extensa más allá del gran río Chari que quedó abandonada durante mucho tiempo. Una zona de primera evangelización.

Con el padre o los catequistas había que cruzar el río en canoa y también poner las motos en esta canoa para continuar después el camino. Las carreteras, pistas de tierra, estaban muy deterioradas. La primera gran aldea, Moutoumbim, el centro del sector, estaba a 35 km de distancia. Los otros pueblos a 45km, 50km, hasta 75km donde uno siempre llegaba en moto. Íbamos a la zona una vez al mes y nos quedábamos tres o cuatro días para visitar las escuelas comunitarias que habíamos creado, para la formación de profesores, para los jóvenes que estaban en la escuela pero no estaban preparados profesionalmente. Preparar catequistas para enseñar la catequesis a tantas personas que pidieron ser bautizadas…En los pueblos nos recibían con alegría, nos ofrecían la comida y siempre había una estera para descansar.

La parte más difícil era cruzar el río con la canoa, que siempre tenía agujeros por los que entraba el agua. Debíamos tener cuidado en no movernos demasiado para no volcar porque la moto pesaba mucho. Cada vez que viajábamos así me quedaba sin aliento, porque yo no sé nadar. Por eso cuando llegábamos a tierra me sentía revivir y olvidaba el miedo que había pasado. Cada vez que hacíamos esos viajes era siempre igual.

La experiencia de los retiros en el bosque durante la Cuaresma siempre ha sido muy positiva para mí. Los cristianos de todo un sector (varios pueblos) nos juntábamos en una zona lejos del pueblo, y allí acampábamos durante tres días bajo los árboles, al abierto. Eran días de formación, de oración para prepararse a la fiesta de la Pascua. Era un tiempo precioso para conocernos, para vivir un momento fuerte en el que podíamos perdonarnos, reconciliarnos, volver a reunir a las familias separadas. Redescubríamos la alegría de vivir la misma fe, la ayuda mutua y la fuerza en tiempos de dificultad.

Es cierto que a mi edad uno desea una vida tranquila... pero a mí me encantan las sorpresas y cada día que Dios me da es una nueva sorpresa en la vida. También amo los imprevistos y en la misión siempre hay muchos de ellos. Dan color a la vida.

Estoy muy a gusto aquí en el Chad, ya no puedo ir a las aldeas como antes, dormir en una estera en el suelo, recorrer varios kilómetros por caminos peligrosos, pero puedo acoger a la gente en la casa, ofrecerles un vaso de agua, un café, hacerles sentir a gusto.

Puedo visitar a los enfermos en el hospital, conocer a la gente en las familias, hacer un poco de trabajo pastoral en la parroquia… Digamos que se pueden hacer muchas cosas si sabes aceptar los límites de la edad y no hacer ahora lo que hacías hace 20 o 30 años.

La misión y la gente que he conocido en mi vida me han aportado mucho. Siempre me he dicho, “sin duda que los chadianos pueden no necesitarme, pero soy yo quien los necesita”. Me enseñaron a vivir el Evangelio todos los días, con sencillez y pobreza. Aprendí la alegría de vivir a pesar de las dificultades, la resiliencia ante el sufrimiento, la capacidad de levantar siempre la cabeza para volver a empezar después de una guerra, una época de hambruna, una calamidad...

Gracias Señor por el don de la vocación misionera que me ha permitido vivir mi Fe con tanta gente de otros países, otros idiomas, otras costumbres. Gracias por este país que se ha convertido en el mío.

 
 
Annunziata Giannotti

Misionera Comboniana

 

Comentarios

  1. Felicitaciones Madre Nunzi, es una lección que recibo hoy de una linda misión, con la que el Padre te ha colmado, gracias a la congregación que te ha dejado el tiempo que Dios Padre ha querido mantenerte en esa bella misión y entrega de vida misionera. Es un ejemplo de proyecto de vida entregada al Evangelio.

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