MAMÁ REGINA: MUJER DEL EVANGELIO

 
 "Me llamo Regina Mbolinhie, que significa “Dios dio”  y soy Zande, la tribu dividida entre Centroáfrica,  Sudán del Sur  y La República Democrática del Congo. Nací en 1955 en Dungu, un pequeño pueblo a unos 100 km de Sudán. Mi padre era soldado y para obedecer a sus superiores había vivido en varios campos militares en el Congo. También había llegado a Kindu, más abajo de Kisangani en el río Congo y fue aquí donde conoció y se casó con mi madre.

Tuvieron veinte hijos porque mamá tuvo cuatro nacimientos de gemelos. Todos fueron chicos, excepto yo, que era la única chica de la familia. Te puedes imaginar lo que esto significó en términos de sacrificios para mi madre y también para mí  porque desde pequeña fui su mano derecha para los muchos trabajos de la casa. A los siete años me aceptaron en el internado de las Hermanas Combonianas en la misión de Nduye, a más de doscientos cincuenta Kms de casa.  Había más de mil chicas de las más diversas áreas. Las Hermanas Combonianas se ocuparon de nosotras. Tengo un hermoso recuerdo de todas ellas y en particular de la hermana Anna Chiara  Chiesi, a quien más tarde volví a ver en el pueblo de Ndedu.

 Como soldado, mi padre fue transferido con toda la familia al campamento militar de Mambasa, a lo largo de la carretera que va de Kisangani al noreste.  Mambasa está a unos cien kilómetros al sur de Nduye. La rebelión de los famosos Simba había comenzado y los militares fueron llamados para impedir su marcha hacia el norte. Pero su avance fue abrumador y tomó a muchos por sorpresa. Los Simba también llegaron a Nduye tomando posesión del pueblo y haciendo prisioneros y llevando hacia Mambasa al padre Longo que era el párroco y a las monjas. Sé en qué modo el padre Longo, nuestro buen y santo párroco fue asesinado, y muchos están convencidos de que su sacrificio salvó a las monjas prisioneras de los rebeldes.

 Sin guías ni referencias, las chicas del internado escapamos al bosque, recorriendo decenas y decenas de kilómetros a pie, alimentándonos de lo poco que habíamos logrado llevarnos y de lo que el bosque y algunas personas caritativas nos dieron. Volvimos a Nduye después de unas semanas, cuando el pueblo se había liberado del avance de los mercenarios. ¡Qué desolación y qué dolor para nosotras, solas y desorientadas! Tan pronto como hubo algo de paz, reanudé mi viaje para volver a mi pueblo de Dungu.


 Una década después me casé y me fui a vivir con mi marido al pueblo de Ndedu. Inmediatamente me involucré en la parroquia como catequista ayudando a los Padres Combonianos y a las monjas. Tuve el placer de volver a abrazar a la hermana Anna Chiara, que se había salvado de la rebelión. Viví momentos de serenidad y descubrí la alegría de tener una familia. Unos años más tarde con mi marido, por invitación del P. Benito, nos trasladamos al pueblo de Sabe, a cinco kilómetros de Isiro que dependía de la parroquia de Santa Ana confiada a los Padres Combonianos y yo me convertí en la catequista encargada de la capilla, mientras mi marido, también catequista, se dedicaba a cultivar los campos.

Tuvimos doce hijos, pero tres ya están en el cielo. Ahora tengo unos treinta nietos. Por la estima, el respeto y el ejemplo recibido de los Padres y Hermanas Combonianos, quise nombrar a algunos de mis hijos y nietos en su honor: Lwanga, Firmo, Betty, Enza.... En el 92 vinimos a vivir a Isiro, aquí cerca de la parroquia. Todavía vivo allí con la familia de mi hijo Firmo y con algunos de mis nietos. Mi marido murió en 1996. 

Hacia los últimos meses de 1996 Bemba avanzaba con sus militares para conquistar el Congo y derrocar a Mobutu. En ese momento todos mis hermanos que vivían en la zona de Mambasa fueron quemados vivos junto con sus hijos de una forma bárbara. Que el Señor perdone a estos soldados que a menudo son esclavos del poder. De los veinte hermanos, sólo quedo yo, con mis hijos y sus familias.

Durante esta última guerra con la llegada a Isiro de estas tropas violentas, aconsejamos a los padres y hermanas que se retiraran al bosque bajo la protección de los pigmeos de nuestra zona. Durante los días, sólo el P. Sergio Cailotto permanecía escondido en el jardín de la parroquia para ver lo que pasaba. La casa estaba entonces ocupada por soldados que la habían saqueado a fondo.  Mama Kalokalo y yo, viendo el riesgo que corría el P. Sergio al quedarse en el jardín, le obligamos a unirse a los otros misioneros acompañándole por el bosque en la noche. Mama Kalokalo, yo  y dos jóvenes aspirantes a seminaristas nos quedamos para cuidar la parroquia, oponiéndonos a los robos y abusos de los militares. El riesgo era alto. Durante varias semanas, salíamos en la noche hacia y caminábamos en el bosque  para llevar comida a los misioneros y regresábamos con las hostias consagradas para los cristianos de la parroquia. Todas las mañanas organizábamos la oración y la comunión para los fieles. 

Estamos viviendo en tiempos difíciles otra vez, la gente está sufriendo, los riesgos de una nueva guerra son reales. Sólo podemos esperar tiempos mejores. Yo, gracias al Señor, sigo cuidando de la parroquia y de los cristianos.”

Mamá Regina es un ejemplo precioso de amor a la gente, de disponibilidad y de servicio en la parroquia.  Es una mujer que nunca se quita el delantal de servicio. Todo el día está en movimiento. Cuando llegan los catequistas para los tres días de formación, o grupos de peregrinos, o jóvenes para los encuentros... allí verás a Mamá Regina cargada con los colchones para preparar sus camas. La ves preparando platos, ollas… todo lo necesario para acoger al que viene.   

Me avisa para que llene el remolque cisterna con agua porque la gente va a llegar. En la iglesia, como sacristana, es la primera que se pone a fregar los suelos, a lavar las as cosas de la iglesia. Pero no es suficiente para ella, también está presente en los encuentros de las "femmes seules avec Jésus" (las madres viudas), al servicio de los niños pobres y desnutridos, visitando a los enfermos... Me sorprende su rapidez... la ves aquí, la ves allá... Le encanta enseñar el catecismo a los niños y jóvenes, enseñándoles a rezar y a amar a Nuestro Señor y a la Virgen. Encuentra tiempo para su familia, para seguir a sus hijos, hijas y nietos para preparar la comida, para hacer el trabajo necesario de los campos. ¿De dónde saca tanta energía?... 

¡Yo sí sé de dónde saca esa vitalidad…!

Todas las mañanas, alrededor de las 4:30, voy a la iglesia, abro los cerrojos de la puerta lateral y me tomo un tiempo de oración en el silencio y la oscuridad. Pasan unos minutos y oigo que la puerta se abre rascando fuertemente el suelo. Aparece la tenue luz de una antorcha, seguida de una sombra que camina con un rápido paso por la iglesia para abrir las puertas principales. La luz se dirige entonces a los escalones del tabernáculo y allí se apaga. Todo vuelve a la oscuridad y al silencio hasta la llegada de una nueva y más fuerte luz, la del párroco, que entra e ilumina la sombra doblada ante el tabernáculo.

La sombra amiga es la de Mama Regina que ha reemplazado a Mama Kalokalo (otro pilar de la parroquia ahora en el cielo) como responsable de la sacristía y muchas otras actividades de la parroquia. Las tenues luces alimentadas por baterías comenzaron a iluminar el presbiterio y Mama Regina ya está en marcha para preparar todo lo necesario para la misa, para los sacerdotes y para los monaguillos. Esa es su fuerza, la oración, para ese inmenso compromiso diario.

Mamá Regina con los niños de catequesis después de la Misa del domingo

 Hno. Duilio Plazzotta(desde Isiro en R.D.Congo)

 

Comentarios