Tuvieron veinte hijos porque mamá tuvo cuatro nacimientos
de gemelos. Todos fueron chicos, excepto yo, que era la única chica de la
familia. Te puedes imaginar lo que esto significó en términos de sacrificios
para mi madre y también para mí porque desde
pequeña fui su mano derecha para los muchos trabajos de la casa. A los siete
años me aceptaron en el internado de las Hermanas Combonianas en la misión de
Nduye, a más de doscientos cincuenta Kms de casa. Había más de mil chicas de las más diversas
áreas. Las Hermanas Combonianas se ocuparon de nosotras. Tengo un hermoso
recuerdo de todas ellas y en particular de la hermana Anna Chiara Chiesi, a quien más tarde volví a ver en el
pueblo de Ndedu.
Sin guías ni referencias, las chicas del internado escapamos al bosque, recorriendo decenas y decenas de kilómetros a pie, alimentándonos de lo poco que habíamos logrado llevarnos y de lo que el bosque y algunas personas caritativas nos dieron. Volvimos a Nduye después de unas semanas, cuando el pueblo se había liberado del avance de los mercenarios. ¡Qué desolación y qué dolor para nosotras, solas y desorientadas! Tan pronto como hubo algo de paz, reanudé mi viaje para volver a mi pueblo de Dungu.
Una década después me casé y me fui a vivir con mi marido al pueblo de Ndedu. Inmediatamente me involucré en la parroquia como catequista ayudando a los Padres Combonianos y a las monjas. Tuve el placer de volver a abrazar a la hermana Anna Chiara, que se había salvado de la rebelión. Viví momentos de serenidad y descubrí la alegría de tener una familia. Unos años más tarde con mi marido, por invitación del P. Benito, nos trasladamos al pueblo de Sabe, a cinco kilómetros de Isiro que dependía de la parroquia de Santa Ana confiada a los Padres Combonianos y yo me convertí en la catequista encargada de la capilla, mientras mi marido, también catequista, se dedicaba a cultivar los campos.
Hacia los últimos meses de 1996 Bemba avanzaba con sus
militares para conquistar el Congo y derrocar a Mobutu. En ese momento todos
mis hermanos que vivían en la zona de Mambasa fueron quemados vivos junto con
sus hijos de una forma bárbara. Que el Señor perdone a estos soldados que a
menudo son esclavos del poder. De los veinte hermanos, sólo quedo yo, con mis
hijos y sus familias.
Mamá Regina es un ejemplo precioso de amor a la gente, de disponibilidad y de servicio en la parroquia. Es una mujer que nunca se quita el delantal de servicio. Todo el día está en movimiento. Cuando llegan los catequistas para los tres días de formación, o grupos de peregrinos, o jóvenes para los encuentros... allí verás a Mamá Regina cargada con los colchones para preparar sus camas. La ves preparando platos, ollas… todo lo necesario para acoger al que viene.
Me avisa para que llene el remolque cisterna con agua porque la gente va a llegar. En la iglesia, como sacristana, es la primera que se pone a fregar los suelos, a lavar las as cosas de la iglesia. Pero no es suficiente para ella, también está presente en los encuentros de las "femmes seules avec Jésus" (las madres viudas), al servicio de los niños pobres y desnutridos, visitando a los enfermos... Me sorprende su rapidez... la ves aquí, la ves allá... Le encanta enseñar el catecismo a los niños y jóvenes, enseñándoles a rezar y a amar a Nuestro Señor y a la Virgen. Encuentra tiempo para su familia, para seguir a sus hijos, hijas y nietos para preparar la comida, para hacer el trabajo necesario de los campos. ¿De dónde saca tanta energía?...¡Yo sí sé de dónde saca esa vitalidad…!
Todas las mañanas, alrededor de las 4:30, voy a la iglesia,
abro los cerrojos de la puerta lateral y me tomo un tiempo de oración en el
silencio y la oscuridad. Pasan unos minutos y oigo que la puerta se abre
rascando fuertemente el suelo. Aparece la tenue luz de una antorcha, seguida de
una sombra que camina con un rápido paso por la iglesia para abrir las puertas
principales. La luz se dirige entonces a los escalones del tabernáculo y allí
se apaga. Todo vuelve a la oscuridad y al silencio hasta la llegada de una
nueva y más fuerte luz, la del párroco, que entra e ilumina la sombra doblada
ante el tabernáculo.
La sombra amiga es la de Mama Regina que ha reemplazado a Mama Kalokalo (otro pilar de la parroquia ahora en el cielo) como responsable de la sacristía y muchas otras actividades de la parroquia. Las tenues luces alimentadas por baterías comenzaron a iluminar el presbiterio y Mama Regina ya está en marcha para preparar todo lo necesario para la misa, para los sacerdotes y para los monaguillos. Esa es su fuerza, la oración, para ese inmenso compromiso diario.
Mamá Regina con los niños de catequesis después de la Misa del domingo |
Hno. Duilio Plazzotta(desde Isiro en R.D.Congo)
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