MISIÓN EN SRI LANKA


Me llamo Beatriz Galán Domingo y vivo en Sri Lanka. No soy turista ni heroína, soy Misionera Comboniana al servicio del Dios de la Vida compartiendo cada día junto al pueblo esrilanqués. 
 

 

 
 
 
Las primeras combonianas llegaron a Sri Lanka en Marzo de 2012. Sor Libanos Ayele, Sor Quy Thi Dinh y Sor Nelly Kangogo fueron las pioneras. Empezaron de cero en una misión llamada a vivir y a crecer en minoría. Yo llegué a Talawakelle en agosto de 2017. Solo quedaba una de las pioneras. Todas enfermaron y tuvieron que ir saliendo una a una. Me esperaba allí una hermana polaca, Sr. Anna Kozuszek, aún joven y con experiencia en el Golfo Pérsico. Después se incorporaron Sr. Patricia Lemus, Sr. Amira Wiliams y retornó sor Libanos. Una comunidad formada por hermanas de cinco nacionalidades distintas llamadas a testimoniar con la vida el Evangelio. 
 
Joven e inexperta llegué llena de pasión y con ganas de revolucionarlo todo cuanto antes. Ahora sigo siendo joven pero el tiempo y la gente me han enseñado que además de pasión, la misión requiere paciencia, perseverancia, oración y mucha humildad y libertad para conocer, colaborar, amar y dejarse amar por el pueblo que nos recibe. 

Mi gente, sin ningún paternalismo detrás pero sí con una fuerte filiación, es un pueblo sufrido. Descienden de los esclavos que trajeron los británicos en el siglo XIX para trabajar en las plantaciones de té. Debido a estas raíces indias muchos no gozaron de acta de ciudadanía esrilanquesa hasta 2003. Pese al reconocimiento legal, los Tamiles de la región central continúan siendo una de las comunidades que sufren más discriminación y mayores desigualdades económicas, políticas y sociales. 
 
La mayoría de la población depende de la industria del té, ya sea en la recolección o en el procesado posterior. Detrás de cada taza disfrutada en el mundo occidental están las vidas de miles de mujeres. Mujeres que a diario se van tornando arbustos. Quemadas por el sol y anémicas por las sanguijuelas de las plantaciones. La humedad favorece la presencia de los animales. La avaricia, la de un sistema que cambia doce kilos de hoja de té por un miserable jornal de tres euros en el mejor de los casos. 
 
Con los ojos bien abiertos ante esa realidad en la que la vida, especialmente la de las mujeres, es explotada, transcurre nuestra misión. Compartimos la alegría de trabajar en un colegio diocesano donde cristianos e hindúes (estudiantes y profesorado) intentamos dejarnos la piel para formar buenas personas y honrados ciudadanos. La educación es la herramienta más poderosa para romper el círculo de la pobreza y el estigma de la esclavitud. Además, es el lugar propicio donde descubrir que las diferencias étnicas y religiosas, más allá de una amenaza, pueden ser el reflejo de la riqueza y la pluralidad del país. 
 

 

 
El otro pilar de nuestra presencia es la parroquia. Más de 1500 familias cristianas repartidas en 60 comunidades pertenecientes a la parroquia de St. Patrick's. Una comunidad cristiana que parece semilla de mostaza. A pesar de ser la más pequeña de las presencias religiosas en el país, tiene en sí la vocación y la fuerza para tornarse árbol capaz de brindar cobijo y de dar buen fruto. 
 
Le doy gracias a Dios y a mi gente por estos tres años compartidos. La constante oración de budistas, hindúes, musulmanes y cristianos ha fortalecido mi oración. La prioridad de la familia en la sociedad esrilanquesa me ha hecho valorar aún más a la mía. La sencillez y la pobreza con la que viven mis vecinos, me ha llevado a tratar de buscar lo verdaderamente necesario. La solemnidad de algunas celebraciones, el simbolismo, el colorido y los olores me han hecho entender que nada es demasiado bello para quien es la Hermosura infinita. La alegría serena, la timidez que rápido se vuelve confiada, la charla con mil preguntas, me ha enseñado a valorar la importancia de detenerse y conversar con las personas. 
 

 
 La vida sufrida de este pueblo que ha sido esclavo refuerza la promesa de Cristo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. La fe inquebrantable de una minoría, a veces perseguida y masacrada, confirma que la iglesia es madre y es cuerpo; que está llamada a salir de los templos y de las barreras del miedo y del privilegio; que aun perseguida, está llamada a ser anuncio de la Vida plena en Cristo. 

 
 
Sr. Beatriz Galán Domingo
 
Misionera Comboniana en Sri Lanka

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