LA HERMANA “CARA MELIS”

 

Mi nombre es Amelia, y soy mexicana, pero todos me llaman Melis. El hermano Duilio dice de ella, que dada su bondad y dulzura cada vez que se encuentra con ella la llama "Hermana Caramelis" (juego de palabras con el italiano: “cara” sería querida y Melis el nombre de la hermana… la palabra recuerda a “caramelo”).

Cuando era niña empecé a sentirme atraída por la vida misionera, y me uní al grupo misionero de nuestra parroquia. Con otros jóvenes me desplacé tanto al norte como al sur de México para trabajar durante unas semanas con la población local. Lo que realmente me dio el impulso y me decidió para comprometerme de por vida con el anuncio del Evangelio en tierras de misión, fue la lectura de un libro escrito por un padre comboniano titulado "¡Ellos han dicho sí! ¿Por qué yo no?" El libro narraba la experiencia de vida de padres, hermanas, hermanos y laicos que habían consagrado su vida a la misión "ad Gentes". 
 
Cuando le dije a mi madre que me sentía llamada a ser misionera comboniana, sólo me dijo dos palabras: "¡Estás loca!". Lloré, me sentía confundida y recé mucho… Mi mamá vio mi dolor y poco a poco entendió que la Misión era mi camino y lo aceptó diciéndome: "Si el Señor te llama, Él te abrirá el camino. Mantén la calma y confía en Él". Mi padre, que es una persona tranquila y de pocas palabras, no puso ninguna objeción y apoyó mi elección, pero pude ver en sus ojos la tristeza y el sufrimiento al saber que me iría.

Después de un largo camino de formación con las misioneras combonianas llegué a Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo. Me llamó la atención la gran confusión y agitación, el caos del tráfico, etc. Tuve la impresión de estar en un gran hormiguero humano bastante caótico. De allí pasé a una misión en la zona rural e inmediatamente me comprometí a aprender la lengua lingala, que nos permite comunicarnos con personas de diferentes grupos étnicos. 
 
Aquí, en la "brousse" (la zona rural), me encontré inmediatamente en el entorno de la misión que siempre había soñado. La misión confiada a la Parroquia de Sainte Anne es amplia y llega hasta ciento veinte kilómetros del centro. Nada más llegar, con cierta aprensión, pude salir por primera vez con el padre Marcelo y con los jóvenes de la parroquia al pueblo de Penge, a cuarenta y cinco kilómetros. Nos quedamos allí durante cuatro días de formación para los jóvenes. Me impresionó la acogida, la hospitalidad, la apertura, la cordial amistad de la gente y la ayuda de los jóvenes y me dije: "aquí está la misión que siempre he soñado y deseado".

En la comunidad somos cinco hermanas de cinco nacionalidades diferentes: la hermana Ilda de Portugal, la hermana Almerita de Brasil, la hermana Agnese de Italia, la hermana Rania de Egipto y yo de México. El hecho de que estamos unidas, que nos llevamos bien, que trabajamos para completarnos, que nos estimamos y nos queremos es el primer testimonio que damos. Un signo de los milagros que hace el Señor.
 
Aquí he encontrado una gran pobreza y esto me duele, también porque se ven pocas soluciones. La juventud sigue siendo el eslabón más débil de la sociedad si queremos un cambio. Es urgente que nos comprometamos para que los jóvenes tengan una formación sólida y sepan afrontar las dificultades. Una educación que no es sólo teórica, sino también práctica y concreta. Hay un “dejar hacer” por parte de las autoridades civiles, la iglesia trata de compensar e involucrarse, pero es un trabajo duro.

Durante estos años en Isiro he participado en la formación y educación de niños y jóvenes, y tanto ellos como yo estamos entusiasmados con el trabajo realizado. También he abierto una biblioteca para dar a todos la posibilidad de enriquecerse con nuevos conocimientos, ya que el nivel escolar ha bajado mucho en los últimos tiempos, faltando material escolar y libros en particular. También me ocupo de los cursos de "educación para la vida" que considero prioritarios para los jóvenes. En la parroquia me ocupo de los jóvenes de varios grupos para su formación cristiana.

Me siento interpelada por la situación de muchas chicas y, en particular, de las madres solteras que están desorientadas y necesitan ayuda. Muchos chicos, que yo llamaría “padres ilegítimos", abandonan a las niñas cuando las han dejado embarazadas y no se hacen cargo, para nada, del hijo que esperan. Hay cuestiones culturales en evolución que son difíciles de entender. Los valores tradicionales y el control familiar se han roto. Las niñas-madres, a menudo muy jóvenes, están orgullosas de ser madres pero con una cierta imprudencia para la que luego cuentan con el apoyo de la familia y especialmente de las abuelas.

El Señor me ha dado regalos muy especiales: la vida, una familia fantástica, una vocación maravillosa y muchas personas a las que amar… Yo le doy las gracias haciendo mi parte con serenidad y alegría tratando de dar testimonio de que Él ama a todos y a cada uno en particular.

Testimonio recogido por el Hermano Comboniano 
Duilio Plazzotta


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