Huyendo de la guerra

Me llamo Elena Balatti y soy Misionera Comboniana. Trabajo como directora de Cáritas de la diócesis de Malakal.

Malakal es una ciudad situada a orillas del Nilo y está muy cerca de la frontera. El gobernador de la región ha abierto aquí un gran campamento para los refugiados. Desde hace dos años hay una guerra muy fuerte en Sudán y muchas familias han tenido que abandonar ese país y desplazarse hasta Sudán del Sur. 

Los padres y sus hijos llegan a la frontera y se dirigen en grandes barcazas por el río Nilo hasta Malakal. El barco puede transportar hasta 500 personas. El número de personas que llegan en barcazas es muy grande, y el campo acoge a veces a más de 5.000 personas que han llegado de Sudán o que son desplazados.

Cuando las barcazas llegan al campamento de Malakal, empieza entonces nuestro trabajo. Los niños y sus padres vienen de un largo viaje en el que muy a menudo no han tenido suficiente comida. Además, los padres y las madres se han gastado casi todo el dinero para pagar el viaje desde Jartum, que es la capital de Sudán, hasta Sudán del Sur, por lo que no pueden conseguir buenos alimentos en el mercado. Por eso, nada más llegar, las personas que trabajan en la oficina de Cáritas organizan inmediatamente una distribución de alimentos.

El Programa Mundial de Alimentos (PMA) ofrece ayuda a todos los desplazados durante una semana, pero muchas veces la gente se queda en el campamento más tiempo. Los miembros de cada familia reciben una pequeña tarjeta de papel donde se registra su nombre. A los que no pueden abandonar el campamento en una semana, la oficina de Cáritas les proporciona una ración de comida cada día. Consiste en alimentos muy sencillos: harina de sorgo, con la que se hacen una especie de gachas y que forma parte de las comidas principales, y también lentejas, aceite y sal.

En estos campamentos siempre hay muchos niños. Mi deseo es que se queden en el campamento pocos días y puedan encontrar un transporte que los lleve a los pueblos o ciudades donde sus familias quieren ir. De hecho, mientras están en el campamento no pueden ir a la escuela y se pasan el día jugando, esperando la hora de su comida diaria, a menudo sólo una al día.

Además de la cuestión escolar, los niños que vienen de Sudán hablan árabe y, cuando quieren ir a la escuela en Sudán del Sur, tienen que aprender inglés. Es cierto que los niños aprenden rápido un nuevo idioma, pero algunos de ellos que ya estaban en quinto curso en Jartum, cuando llegan a Sudán del Sur, como no saben inglés, tienen que empezar de nuevo, por ejemplo, en segundo o tercer curso, porque les falta inglés. Es un gran desafío para ellos.

Siempre me asombra la paciencia que tienen los niños que llegan de zonas de guerra y esperan en el campamento hasta que por fin llega el día de partir hacia su destino final. Un día, por ejemplo, vi a un niño pequeño que estaba con su padre esperando su pequeña ración diaria de comida. Acompañaba a su padre, que llevaba muletas y no podía estar en la cola con los demás. Así que, cuando le tocaba a papá recibir la comida, era el hijo, de unos siete años, quien iba a recoger el paquete. Luego los dos volvían juntos a la tienda, donde la mamá les esperaba para cocinar.

Como misionera, me alegra que junto con otras personas podamos ayudar a estas familias. Recordamos que el Señor nos dijo: 'Tuve hambre y me disteis de comer', e intentamos hacer precisamente eso en el campamento de Malakal. En los niños y sus familias vemos a Jesús diciéndonos estas palabras: Estoy aquí y te necesito.

Hna. Elena Balatti
Misionera Comboniana en Sudán del Sur

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